
SUSURROS EN LA PIEDRA
EN EL CORAZÓN de Culebras, donde las montañas parecen guardar un antiguo secreto, las piedras no solo están en el suelo: observan, escuchan y, a veces, susurran.
Don Mateo, el viejo guardián del pueblo, lo sabía muy bien. Sentado bajo el sabino milenario en la plaza, contaba historias que solo las piedras le revelaban. Siempre decía que en las noches de viento, si uno prestaba atención, podía escuchar ecos de lo que fue y lo que aún está por venir.
A pesar de sus años, sus pasos seguían firmes sobre los adoquines de la plaza. Sus ojos, profundos en un rostro marcado por el tiempo, brillaban con un misterio insondable cada vez que hablaba de esos susurros. “No son voces humanas, pero tampoco son solo ruidos del viento”, aseguraba a quienes se atrevían a preguntar.
Una noche de luna roja, un forastero llegó en busca de historias escondidas. Era un periodista de ciudad, con escepticismo en la mirada y una libreta en mano, que se sentó junto a Don Mateo. Había oído rumores sobre el pueblo y su enigma, y ahora quería descubrir la verdad.
—Dicen que aquí las piedras hablan —dijo con una sonrisa incrédula.
El anciano no respondió de inmediato. Levantó la vista al cielo estrellado y luego puso la mano sobre la piedra más cercana.
—Escucha tú mismo —susurró.
El periodista se inclinó, expectante. Al principio, solo percibió el viento deslizándose entre las calles, pero luego… algo más. Un susurro, leve al principio, crecía con cada latido de su corazón. Casi podía distinguir palabras, nombres olvidados, promesas perdidas y advertencias ocultas. La piel se le erizó. Quería apartarse, pero sus pies parecían pegados al suelo.
—¿Qué es esto? —logró decir con un hilo de voz.
Don Mateo sonrió con tristeza.
—Es la historia que no quieren olvidar. La que quedó atrapada en cada piedra de este pueblo.
El periodista cerró su libreta con manos temblorosas. No había venido a recoger fantasías ni leyendas, pero lo que acababa de vivir era algo más. No era solo la sugestión de un anciano, sino un secreto tangible latiendo en el mismo suelo.
Esa noche, el periodista no pudo dormir. Las palabras de Don Mateo resonaban en su mente y, cada vez que cerraba los ojos, sentía que las piedras susurraban a su alrededor. Decidió salir y caminar por el pueblo desierto. A cada paso, su eco se multiplicaba. Se detuvo frente a la iglesia de adobe, donde una enorme losa en el suelo reflejaba la luz de la luna. Algo lo impulsó a agacharse y a posar la palma sobre esa superficie rugosa. Un escalofrío le recorrió la espalda.
De repente, sintió que no estaba solo. Giró la cabeza y vio siluetas en la niebla. Eran sombras, figuras borrosas que parecían surgir del propio suelo. Algunas murmuraban entre sí, otras lo miraban fijamente. Sintió el impulso de huir, pero algo lo retenía, como si el suelo lo abrazara. Las figuras comenzaron a acercarse lentamente, y justo cuando el aire se volvía espeso y pesado, escuchó la voz de Don Mateo susurrándole al oído:
—No temas. Solo quieren que las recuerdes.
El periodista despertó sobresaltado en su habitación. El alba empezaba a teñir el cielo con un pálido naranja. Había sido un sueño… ¿o no? Se levantó de la cama y encontró su libreta abierta sobre la mesa. En la última página, escrita con una caligrafía que no era la suya, se leía:
Si escuchas, jamás olvidarás.
A la mañana siguiente, cuando quiso volver a hablar con Don Mateo, solo encontró la banca vacía y, en su lugar, una pila de piedras ordenadas de forma extraña. Preguntó por él en el pueblo, pero nadie supo darle respuesta. “Siempre ha estado aquí”, decían algunos. “Nunca hubo un Don Mateo”, aseguraban otros.
Desconcertado, decidió marcharse. Sin embargo, antes de partir, se detuvo en la plaza una última vez y, sin pensarlo, dejó su mano sobre la misma piedra que el anciano había tocado. Entonces, sintió un latido. Un pulso antiguo, profundo, como si la tierra misma respirara bajo su piel.
Desde entonces, cuando la brisa cruza las calles de Culebras, hay quienes dicen que las rocas aún guardan el último susurro del anciano. Y aquellos que han pasado por el pueblo con el oído atento, juran haber escuchado un nuevo murmullo: el de un periodista cuya voz quedó atrapada entre las piedras, condenado a contar la historia de Don Mateo una y otra vez.
Evelyn Hernández Hernández, San Joaquín, Qro. Estudiante de la UBBJ en la licenciatura en patrimonio histórico, industria de viajes y turismo. Es una estudiante apasionada por la escritura y la literatura. Desde temprana edad, desarrolló un interés por las historias que reflejan la vida cotidiana de las comunidades rurales y su rica tradición oral, inspirada en las narraciones de su familia y el entorno natural que la rodeaba donde combina su amor por las letras con el análisis crítico de las obras literarias.
