Ensayo

SUEÑO DE UN ESCRITOR AJEDRECISTA

CUANDO ANHELO transmutar mis pensamientos en perpetuos entes virtuales, utilizo la maravillosa codificación ASCII, pero sucede que mis manos se sosiegan frente al ordenador. ¡Sí, como piezas de ajedrez! esperando el momento clave para entrar en acción.

Siendo el oponente negro en el juego de la composición lúdica, mi reino físico lidia con el reino de la creatividad, la inspiración y la sutileza. Caballos y alfiles albinos protegen a la soberana musa, la cual juega su estrategia, me seduce, desde la distancia, en este campo minado de texto, sabe que la deseo y coqueta plasma su imagen en el estandarte del rey níveo, señalándome la entrada a su bendito espacio creativo. ¡No te detengas… ven a mí! … — Sí, mi señora. Respondo.

¡Qué maravilla de reino! desde mi perspectiva se antoja exquisito, sólo los más hábiles y valientes en el planteamiento del discurso, merecen entrar. Como Magnus o Nakamura, deseo conocer los secretos de cada partida creativa, poseer el arrojo para afianzar un gambito de dama, sacrificando mis piezas de tiempo, con tal de avanzar y dar mate, al contrario.

¡He aquí! el principal problema para mi hueste inexperta y analfabeta, sin el conocimiento literario, requiere un titánico esfuerzo romper estas primeras líneas de defensa enemiga, al momento de componer prosa.

El rey blanco, poderosamente enrocado en su bastión es mi pensamiento, tan inquieto y atroz, divertido lanza ideas como flechas al azar. Esperando en la segunda línea del teclado, evitando romper filas, aguardan mis dedos como fieles peones en silencio, avanzando una letra a la vez, una palabra… temerarios, cuidando la ortografía improcedente, con fe de llegar a coronar un párrafo completo.

¡Oh, Rey de armiño! me tienes de rodillas, soy presa de la impaciencia, ante ti cedo, mi gastado tiempo, mis extraviadas ganas y el poco valor que posee este archivo digital; legado de un rey oscuro, que ha perdido posiciones y aún lucha, con tal de arrancarle a tu estro, el néctar divino para el artista que teje grafemas.

Musa blanca, inspiración bendita me arrinconas, en una casilla yerma, obsérvame aquí frente a la pantalla, esperando capturar tu rocío y sembrar una historia fructuosa. ¡Sólo te ruego una gota! tal plebeyo a María Antonieta, una simple migaja de pan.

Blanca dama, no comprendes que los opuestos, al final somos el mismo ser: rey y peón, blanco y negro, corazón y mente, palabras y numen, sin ti nada soy… sin mí no existes… ¡que desesperación!

Mis caballos … mis alfiles … mis torres han caído … el juego casi ha terminado, sólo queda mi pobre dama negra, lidiando ante esta página vacía, incomprendida por su hermana alba, defendiendo la oportunidad de obtener al menos una cuartilla de la historia soñada por mí. ¡Que deficiente valía tengo, como rey negro! Un aspirante a escritor, impotente al ordenarle a su cerebro una simple instrucción: ¡inspírate y escribe! He aquí, mi pueblo ejecutado, muerto ante el ingenio que lascivamente se me escapó al ASCII.

Después de la ardua batalla, el resultado es una simple línea, que sobrevivió al embiste de la locura, la masacre de palabras que ni siquiera se dieron cuenta de su existencia en el monitor. Una escena bélica, que deja ligeros rastros de lo que pudo haber sido una amena lectura… ¡Qué! Un mensaje ondea desde la atalaya blanca … jaque mate.





Soy Gardenia Verchiel.

Creo en los milagros disfrazados de rutina. En el poder de una palabra bien colocada, de una pregunta que desarma, de un silencio que incomoda lo justo. Mi vida —y mi sitio web— se rigen por una certeza rebelde: lo ordinario está lleno de maravillas esperando ser narradas. Solo hay que mirar con otros ojos… o con la pluma adecuada. No creo en la perfección, pero sí en la autenticidad que late detrás de cada intento. Escribo para no olvidar quién soy, pero también para recordar que puedo ser muchas versiones de mí misma.

Mi filosofía de vida se resume en esto: Vivir con las manos manchadas de tinta y la conciencia despierta. Honrar lo invisible, celebrar lo raro, compartir lo que arde. Si mis palabras logran que una sola persona se sienta menos sola, más comprendida, más inspirada o simplemente más curiosa, entonces he logrado mi propósito.

Porque, al final, escribir —y vivir— no es otra cosa que esto: tender puentes invisibles entre almas que, de algún modo, ya se estaban buscando.

Narradora de lo cotidiano, artesana de palabras inquietas y domadora de silencios tercos.

Mi voz escribe desde los márgenes, donde lo aparentemente inofensivo revela su filo, entretejo historias donde lo mundano arde en metáforas incandescentes, y cada grieta en la rutina se convierte en una rendija de luz por donde se escapan los secretos que aún no tienen nombre. No cuento historias: las espío, las escucho en murmullos de café frío, y luego las suelto al mundo con la lengua afilada y el alma encendida.

Mi estilo navega entre lo lírico y lo mordaz, es una danza irregular, un relámpago con ritmo propio, una contradicción vestida de metáfora que no pide permiso para iluminar caminos insospechados. En mis blogs, los fantasmas aprenden a reírse de sí mismos —sin dejar de asustar un poco— y las mujeres empuñan bolígrafos como armas nobles, escribiendo sobre caos, deseo, maternidades, desvelos y pequeñas revoluciones cotidianas con agendas manchadas de tinta creativa y listas de pendientes con vocación de poema.

Mi brújula creativa apunta a un único norte: que mis letras sean lentes para descubrir lo invisible en lo cotidiano, fogatas donde ardan las certezas incómodas, y espejos que reflejen sonrisas con sabor a “clic mental”. Si una coma no te hace arquear una ceja, si un adjetivo no te pinta un arcoíris mental, reinicio el párrafo con té de jazmín, una playlist melancólica y un suspiro con ínfulas de rebelión.

Entre la vibración constante del teclado y las tazas de té olvidadas —ya frías pero inspiradoras— cultivo crisantemos blancos. Mi jardín es un haiku perpetuamente en revisión. Colecciono cuarzos como si fueran fragmentos de futuros relatos aún no escritos, y persigo el aroma a lluvia sobre el asfalto como si fuera la firma olfativa de un universo que conspira poéticamente a mi favor.

Mis víctimas favoritas: lo cotidiano y lo que todos ven, pero nadie observa.

¿Mi crimen perfecto? Mi sitio web, en plena fase de diseño.

https://verchelina.com

Leave a Reply