
POEMA DE ITZEL CABRERA
NOSOTRAS SEGUIREMOS desapareciendo, como si de verdad la tierra nos tragara.
(Pero la tierra no devuelve existencia, si la semilla se siembra sin vida)
Dejaremos de abrazar a nuestras familias y nuestras familias quemarán la ciudad entera,
y ni así, nuestras cenizas aparecerán.
Seguiremos siendo asesinadas, violadas, traicionadas, desolladas,
por hombres tan comunes y corrientes,
de quienes se dirá que “tienen buen trato con la gente del barrio”,
“que son amables”,
que incluso inspiran ternura y confianza.
Nosotras seremos, y nuestras muertes serán, sólo noticias,
noticias que no perturbarán la comodidad de los candidatos y presidentes;
los jueces no sabrán de nuestros nombres ni del dolor de nuestras familias.
No les importaremos, como ahora y como antes.
Nosotras seguiremos siendo culpables por creer en esos hombres,
por confiarnos de su palabra,
por decidir amarlos o por decidir dejarlos.
Seguiremos ardiendo en la hoguera patriarcal,
cuyas centellas ya han tostado parte de nuestros corazones,
centellas que nos queman incluso cuando decidimos no amarlos y amarlas a ellas.
Y la pregunta seguirá siendo la misma,
como si todos hablaran en el mismo idioma:
“¿Por qué te quedaste? ¿Por qué lo aguantaste?”
Pero, quizá la pregunta no es hacia nosotras, sino a ellos:
¿Por qué tus ojos se siguen fijando en el sepulcro abierto?
¿Por qué has decidido creer que la ira es natural?
Natural, como evitar la sed y el hambre.
Mientras nosotras estamos ardiendo,
sobreviviendo en el duelo perpetuo por todos nuestros labios que han sido cerrados,
en la tea de las preguntas que no cesan,
(porque comprenderlo todo es parte de nuestra liberación)
quienes nacen de la muerte, de esa óbito que nunca dará vida,
seguirán ciegos, quizá verdaremante abióticos,
pero dueños, indudablemente, de la madera que hace arder la hoguera.
Y una vez abrasadas,
formarán castillos con nuestros cuerpos vuelto arena.
Escribirán sus nombres sobre nuestros cuerpos vuelto polvo fino en sus autos.
Jugarán como si nada, con las cenizas de los sueños que incendiaron.
Porque ellos no solo incendian poesía, sino nuestras vidas.
Itzel Cabrera es xalapeña de nacimiento y por convicción.

