
LA NORMALIDAD DE SABERSE “MONSTRUOS”
¿HAN ESCUCHADO de un grupo de Facebook llamado “mi esposo”, en el que más de 32.000 mujeres compartían fotos íntimas de sus parejas hombres, en muchos casos sin consentimiento? Mujeres honorables con vidas normales, además. No, pues yo tampoco. Pero sí supe del grupo “mi esposa” (en italiano Mia moglie), activo desde 2019, que recibió múltiples denuncias en la red social y ante la Policía italiana, por lo que Facebook lo desactivó. En este grupo miles de hombres compartieron fotografías de sus parejas en momentos íntimos con el fin de “vivir una fantasía sexual compartida”, en la que las mujeres, “que a menudo no saben que son fotografiadas para ser sometidas a una violación virtual”.
Los hombres que posteaban las fotos de sus parejas lo hacían incluso desde sus perfiles personales, sin ocultar sus nombres. Acompañaban las fotos con frases como “Soy una persona educada y busco educación. No hago esto habitualmente, así que quiero respeto y confidencialidad”. El cierre de este grupo es una acción minúscula cuando hablamos de que en las diferentes redes sociales abundan, pero al menos visibiliza cómo los hombres (no todos, pero siempre ellos) viven sus relaciones de pareja con mujeres ¿Por qué asumen, en primer lugar, que las mujeres que les aman y cuidan, con quiénes tendrían que establecer conversaciones desde una mutua y genuina confianza, pueden mostrarse como (sus) objetos para el placer de ellos y de otros? ¿Asumen la relación de pareja más con un espacio de dominio y validación frente a otros hombres, que como un vínculo de respeto y equidad? ¿Por qué eran 32,000 hombres? ¿Cómo conciben el amor estos hombres? ¿Qué son para ellos nuestros cuerpos de mujeres?
Hace tiempo vi una serie de reportajes sobre la “trata” de mujeres. 9 de las 10 víctimas entrevistadas mencionaron que una de sus primeras estrategias para poder escapar fue pedirle ayuda a sus “clientes”. Contaron que entre lágrimas les confesaban que estaban ahí en contra de su voluntad, que habían sido secuestradas, que sus familias las esperaban, que por favor no las tocaran. Pero los hombres, los “clientes”, sólo las miraban un momento y procedían hacer aquello por lo que habían pagado, con total indiferencia unos y con total agrado otros. Una víctima incluso contó que uno de ellos le dijo que justo así, verla llorando y vulnerable, le excitaba más. Una pensaría que esos hombres que consumen mujeres en contra de su voluntad son unos monstruos y que claramente son unos vi0l4dor3s ¿Cómo es que no sienten absoluta compasión? ¿Cómo pueden poseer un cuerpo que no quiere ser tocado? Pero, conforme le preguntas a los hombres de tu alrededor qué piensan de pagar para consumir otros cuerpos y escuchas sus respuestas tipo “pues es al fin otro servicio más por el cual pagar” o “es que, como hombres, sino tienes pareja, tienes que desahogarte con alguien más” te das cuenta de que no están muy alejados de aquellos hombres que antes denominaste monstruos. Que la lógica es la misma, que están tocando cuerpos que no quieren ser tocados… Lo que pasa es que cambian las palabras y con eso creen que cambian todo el acto, creen que está bien ser “clientes” y que están “pagando” por un servicio porque pueden económicamente hacerlo. En realidad, están comprando algo que no debería tener precio y están pagando para vi0l4ar otros cuerpos, porque siempre que el consentimiento esté mediado por el dinero no lo será realmente. Entonces te aterra pensar cuántos hombres a tu alrededor piensan que mientras puedan pagar un “servicio” lo harán, lo hacen o lo han hecho…
Tanto los hombres que permanecen en grupos como el antes mencionado, que exhiben fotos íntimas de sus parejas, como los que pagan por poseer cuerpos que no desean ser tocados, parten de la idea de que el cuerpo de las mujeres les pertenece o está disponible para su uso. En ambos casos el “no” de las mujeres, o el hecho de que no puedan consentir, no es relevante. En ambos casos, la voz de las mujeres no es ni por asomo, un aspecto que emane. Lo que importa es el deseo masculino y la validación que obtienen entre hombres o a través del poder económico. De ahí que muchas feministas hemos manifestado que el capitalismo es patriarcal y que no es posible desestabilizar al patriarcado, sin que el capitalismo también colapse. Lo triste es que la práctica no es aislada ni monstruosa, sino parte de un sistema compartido y tolerado socialmente. Ya ni sorprende la existencia de dichos grupos, es tan normalizado el saber que esas conductas de “monstruos” son, en realidad, prácticas de lo cotidiano: en amigos, colegas, conocidos que consideran normal compartir, exhibir o pagar por cuerpos que no quieren ser tocados.

Itzel Cabrera y Almendrita son xalapeñas de nacimiento y por convicción.

