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HAY UN MONSTRUO EN LA SALA DE URGENCIAS

“El monstruo es, antes que nada, una construcción social de la marginalidad”.

-Tania Tagle

ES UN EQUINOCCIO de primavera frio y nublado, son las 11:30am y aquí estoy, por tercera vez en una semana, en el IMSS Las Margaritas ¿qué tan mal me siento que ya acepté que tendré que permanecer tal vez toda la noche, incluso días, en urgencias? Pero primero debo obtener el pase a esa sección del hospital y para ello, otra vez, esperar ocho horas en la unifila, para entrar a un consultorio, ser revisada por un médico y que él o ella redacte el documento.

La mayor parte del tiempo estoy en compañía de una adulta mayor que me narra su vida de violencias patriarcales, iniciando con el abuso sexual que sufrió a manos de su primo a la edad de cinco años. Él ya era adulto. Su hermana mayor la descubrió en la cama y cuando la pequeña le explicó lo que el primo le había hecho, recibió una paliza y fue amenazada para no decirle nada al padre o a la madre. Comenzó a mojar la cama, lo cual trajo más golpizas por parte de la hermana. Dejó la carrera de enfermería para casarse, siendo todavía menor de edad, con un jovencito mayor que ella, el cual la abandonó con un niño y una niña cuando se enamoró de la vecina. Nunca le pagó ni un centavo. Ya como adulta mayor, su hijo e hija vendieron sin su consentimiento la casa que heredó de su padre y madre. La hija le robo dinero. Por los síntomas que me describe, como psicóloga, puedo detectar ansiedad, depresión y tal vez algo más serio, como un trastorno bipolar. Son las secuelas del trauma que se apodera del cuerpo, de lo emocional que se transforma en fisiológico. Le paso los datos del Instituto de Igualdad Sustantiva de Género para que busque orientación jurídica y atención psicológica. El joven de a lado le da la tarjeta de su hermano abogado. Pasadas de las dos de la tarde les pido que me guarden mi lugar para salir a comer la fruta y la palanqueta de amaranto que traigo, va a ser lo único que comeré en casi veinticuatro horas.

Entre las seis y las siete de la noche, por fin entro en un consultorio, la doctora me revisa, redacta un documento de incapacidad para que yo lo presente en el trabajo y me envía a urgencias. Me preocupa que no me admitan porque no viene nadie conmigo, estuve todo el día enviando mensajes a mis familiares y amistades y lo único que recibí fue “que Dios te bendiga” y “ojalá te atiendan pronto”. A mis amistades las entiendo, no tienen ninguna responsabilidad conmigo ¿pero mi familia? ¿en dónde quedó eso que me decían: que nadie me iba a querer como ellos y ellas? Qué bueno que nadie me quiere así, mi familia son agresores y agresoras narcisistas. Además de Germinal de Tania Tagle, traigo unas hojas de reciclaje para escribir:

¿Qué he hecho para merecer que mi “familia” y mis “amistades” me salgan con un “chido, cuídate, ojalá te atiendan”, en el momento más sensible de mi vida? ¿Tan mala, despreciable e insignificante soy? Hasta Hitler tenía una amante y seguidores que lo apoyaron y acompañaron incondicionalmente hasta el final, a costa de todo ¿Soy peor que él? Nadie va a perder su vida, su honor, ni su libertad por estar conmigo. Solo tiempo.

En su libro de ensayos (Lumen, 2023), Tagle habla de la maternidad y la monstruosidad: “El monstruo se utiliza para resaltar el carácter de todo aquello que no queremos ser, su función es construir una alteridad en oposición a todo aquello con lo que nos identificamos o queremos identificarnos”. Más adelante continua esta definición del monstruo como El Otro indeseable: “el monstruo rompe la cadena al presentarse como una anomalía en el curso “natural” de las cosas, cuyo origen solo puede tener causas divinas o demoníacas que no son susceptibles de ser comprendidas […] la monstruosidad es temible para el sistema porque es, de algún modo, una forma de la anarquía”.

Luego de ser revisada por la doctora en turno en urgencias y de ponerme una bata color turquesa en el baño, un enfermero me pregunta, mientras me canaliza, en dónde está el familiar que viene conmigo. Le contesto que no hay tal, a lo que él responde con un ¿por qué? Mi respuesta es: soy la rara, la que no se casó, ni tuvo hijos. Soy la anormal, la que no se parece a su hermana la madresposa, ama de casa y maestra de primaria. Ni a la sobrina del cuñado, administradora con un buen puesto en un banco, casada, madre, con ojos verdes. Soy la feminista, la escritora, la disidente, la desempleada, la pobre. Soy La Otra ¿una mujer que no quiere ser ni esposa, ni madre? ¡qué monstruosidad! No será el último miembro del personal médico que pregunte, en otra sala, una enfermera me preguntará por el familiar que se haga responsable de mis cosas. Ya en mi adolescencia tardía me había identificado como monstruo en un poema que escribí antes de salir de la preparatoria:

Durante mucho tiempo estuve cerca de una bella criatura encerrada en una caja de cristal. Un día, su especial belleza llamó mi atención y me cautivó como nunca lo había hecho hasta ese momento. Pasé mucho tiempo con mis manos pegadas al cristal, adorando a la criatura. Mientras más tiempo pasaba, más la amaba. Y justo cuando pensé que podría romper el cristal y hacer mía a la criatura, esta sacó un espejo en el que pude ver mi monstruosa realidad. Mi reflejo es lo que la criatura ve. Mi corazón se congeló y se hizo duro como piedra. Mis ojos se negaron a ver a otra criatura. Criaturas hermosas han ido y venido. Yo las admiro y ellas me ignoran. Ya no quiero más criaturas que me levanten hasta el cielo y me dejen caer desde allí. Esta fue la última. 30 de mayo de 2003.

Un adolescente aterrorizado estaciona su silla de ruedas a mi lado. Le pregunto si quiere que hagamos ejercicios de respiración juntos para relajarse y él acepta. Inhalamos por la nariz en tres tiempos, llevamos el aire al estómago y lo retenemos tres tiempos, para luego exhalar por la boca en tres tiempos. Su madre me confiesa que le pusieron droga en su bebida. Me recuerda cuando, por prescripción médica, tomé tres gotas de clonazepam con media pastilla de sertralina: me sentí mareada, no podía leer, la piel me ardía y al mismo tiempo tenía frio. Estaba muy asustada porque no entendía que me sucedía. Paso la noche sentada en una banca de fierro, en medio de dos hombres en riesgo de peritonitis, porque el tubo de la hemodiálisis se les reventó adentro del cuerpo. De no haber sido por una amiga de una amiga, que me llevó un cojín en forma de dona, estaría sentada sobre mi absceso toda la noche, lo cual hubiera sido un verdadero tormento. No duermo realmente, cierro los ojos y despierto cada vez que siento que me voy de cabeza o de lado.

Según Wikipedia, Hitler tenía una casa de campo en los Alpes Bávaros de Alemania. Fue llamada Berghof, la compró en 1924 con el dinero que ganó con su libro y era el lugar en el que pasaba la mayor parte del tiempo. También allí vivió su pareja Eva Braun y su hermana Gretel Braun. Entre el circulo social íntimo formado por fotógrafos, personal de servicio doméstico y asistentes personales, se encontraba la familia Goebbels, formada por Joseph[1] y Magda y sus seis hijos e hijas. En octubre de 1944 la casa fue abandonada cuando Hitler y sus allegados se mudaron al Führerbunker, en donde se casó con Eva cuarenta horas antes de suicidarse. En ese mismo lugar, el matrimonio Goebbels mató a sus hijes para posteriormente salir del bunker, donde él le disparó a ella y luego se suicidó.

Hitler nunca hubiera estado solo en un hospital, no solo por su condición de jefe de estado, sino porque mucha gente lo amaba ¿Por qué? ¿Cómo era cuando no estaba gritando frente a un público? ¿De qué hablaba? Me vienen a la mente mi padre y su hijo, mis referentes más cercanos del supremacismo blanco. Crecí con sus discursos genocidas sobre lo conveniente que hubiera sido que los españoles, al igual que los ingleses, exterminaran a los indígenas y sobre cómo la gente afrodescendiente siempre lo hacía todo mal. No pregunten cómo, pero siempre supe que estaba muy mal lo que decían. Tal vez por las películas en la televisión sobre la segregación racial en Estados Unidos y el movimiento de derechos civiles afroamericano. Mi padre en particular nos lanzaba cátedras sobre Grecia y Roma. La gente lo admiraba porque era “muy culto”. Seguramente así eran las conversaciones de Hitler: enamorado de su propio discurso, como muchos hombres[2] y alimentando el odio de la gente, se ganó el amor de las personas. Wikipedia comenta una anécdota sobre Eva: cuando se puso en marcha la economía de guerra, lo cual suponía prohibir la fabricación de artículos de belleza, Eva se indignó y Hitler tuvo que ordenar que solo se paralizara temporalmente la producción de cosméticos. Fue la primera y última intervención de cualquier tipo que Eva tuvo sobre la guerra. Si, era estúpida, delirantemente estúpida ¿Qué pensaría o sentiría la familia de Eva, sobre todo su hermana Gretel, cuando se supo toda la verdad? Yo no quiero cerca de mí a nadie que sea como ella o Magda Goebbels, aunque últimamente me he cuestionado si no seré, al igual que ellas, víctima de la ideología que he seguido durante toda mi vida adulta. Estando sola en esta sala de urgencias, me pregunto si la joven con bovarismo[3] que alguna vez fui no estaba tan errada al buscar pareja tan desesperadamente.

Ya es de día y el equipo de cirugía me lleva a un consultorio donde me drenan el absceso sin anestesia, un punzón afilado me perfora dos veces el absceso. Un especialista les diría que los abscesos no se drenan sin anestesia, mucho menos en un sucio consultorio del IMSS. Una mujer limpia el suelo con un trapeador, no huele ni a cloro, ni a pino, ni a lavanda artificial, por el contrario, deja un olor desagradable. Llegamos a la conclusión de que sólo usa agua para trapear. La sala de urgencias del IMSS Las Margaritas es un hospital de guerra.


[1] Paul Joseph Goebbels fue el ministro de Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich. Junto con los de Hitler, sus discursos alimentaron el antisemitismo que culminó en el Holocausto.

[2] Retomo el concepto del hombre enamorado de su propio discurso, del libro Todo lo que crece de Clara Obligado. Ella también tuvo un padre al que le gustaba escucharse hablar a si mismo sobre temas que muchas veces eran inventos propios y que a la autora le llevo años descubrir como falsos.

[3] Marcela Largade utiliza este término para referirse a las mujeres que creen que el amor romántico resolverá todos sus problemas. Tiene su origen en el personaje principal de la novela Madame Bovary.




Me llamo María del Consuelo Ávila Vaugier, soy licenciada en Psicología por parte de la BUAP y maestra en derechos humanos por la Ibero Puebla. Estudié la maestría en literatura aplicada en la misma institución. Publico de forma frecuente en el medio independiente Tlacuache Press. He publicado con Casa Índigo, Demac AC y la Ibero Puebla. 

Fotografía de portada de  Consuelo Avila

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