Texturas de algodón (3 de nov.)
NUESTRAS HERMANAS DE OTRAS ESPECIES: EQUIDAD Y TERNURA FEMINISTA
Crecí sabiendo que las perras y las gatas tenían un valor menor que los perros y gatos machos en la integración como “mascotas” de las familias. Las “mestizas” no eran estimadas porque traían más animales “sin raza” al mundo. Sin embargo, las de “raza” eran explotadas por quienes las convertían en una mercancía por esa misma capacidad reproductiva. A unas como a otras no les iba bien, generalmente. Por fortuna, esto ya está cambiando, aunque aún falta mucho. Yo siempre, desde muy pequeña, tuve empatía tanto por los machos como por las hembras y para mí nunca ha habido distinción alguna en cuanto al afecto que les tengo a cada uno y una, pero conforme me acerqué al feminismo me fue inevitable construir puentes entre mi destino como mujer y el destino de las hembras no humanas: nuestra condición orgánica que nos distingue de ellos, define, muchas veces, nuestro lugar en el mundo (lo queramos ver o no).
Advertí que el mismo sistema humano sexista y racial que se cernía sobre mí, también se cernía sobre ellas. Desde entonces, elegir adoptar principalmente a gatitas y perritas hembras (o dejar que ellas me elijan) ha sido una intención cargada con todo este pensamiento: darles un hogar porque son hembras, como yo, como mis ancestras, para resarcir así un poco la condena histórica hacia las hembras por el simple hecho de serlo. Pensé: si a una hembra gatuna le negaron un hogar por su sexo, yo debo proporcionar uno por ello mismo. Y, en absoluto, es rechazo a los machos porque los amo tanto como a las hembras, entiendo que no son responsables de nada en este atroz sistema humano. De hecho, lamento mucho lo que también en ellos proyectan las personas que se vuelven sus dueñas. Cuando veo cadenas sobre los cuellos de perros de raza pitbull mi corazón se rompe un poco. Miro a sus dueños y descubro esa masculinidad que tanto me irrita conforme paso más tiempo sobre esta tierra: la del más “chingón”.
Mi acto, conscientemente político, (el de adoptar hembras) es para mí, accionar para una justicia negada a nuestras compañeras de otras especies. Cuando ellas descansan en paz sobre mi regazo, siento que algo del mundo, aunque sea diminuto, se ha reconciliado, se ha dejado de romper. Y es así como también comprendo la equidad humana: no todas las vidas parten desde el mismo lugar ni cargan las mismas opresiones. Por eso, las mujeres feministas hablamos de equidad, más que de igualdad. Y conforme más me hago consciente de mi opresión, me es imposible no mirar a las hembras de todas las especies y verme reflejada en sus historias. Nuestra capacidad reproductiva ha sido nuestro destino (más no nuestro mandato). Por ello, creo, no puedo evitar amarlas un poquito más… Esto es, al final, un acto de equidad: dar más cuidado en donde históricamente ha habido más despojo.

Itzel Cabrera y Almendrita son xalapeñas de nacimiento y por convicción. 
    
 

