Relato

CHIQUITO Y BONITO

SIN DETENERME mucho tiempo a contemplarlo, miro por mi ventana a un pueblo que no
conozco. El cielo de esponjosas nubes va perdiendo su uniformidad azul al encontrarse con
la noche, y de las calles se escucha el rumor de un fin de semana feriado.

Regreso la vista al cuarto y me encuentro con tu mirada indeterminada, se te alumbra medio
rostro con la luz crepuscular que se cuela por la cortina, y veo en la pared la silueta de tu
cara simulando formas chinescas.  

-No espíes  -dices, y con una sonrisa desaparece la seriedad de tu semblante.
Me acerco a tu silla y me recibes con el brazo derecho estirado para darme un abrazo
cortado, paso mis dedos por tu cabello y te beso la frente. Sin más, te decides a salir
conmigo a dar la vuelta en la enroscada plaza del pueblo, aprovechando el último
resplandor del día.                      

Nos conocimos semanas atrás por amigos en común, durante una visita de fin de semana a
ese pueblo próximo a la ciudad, muy popular por sus talleres plateros, por la suntuosa
catedral que tiene en su ombligo y la peculiar distribución de sus calles; todas hacía arriba.
Caminar entre esas veredas verticales terminaba doblegando físicamente a cualquiera.
El pueblo está clavado entre montañas. Da la impresión de que solo es arquitectura colonial
salpicada entre subidas interminables y callejones, con el propósito de tener bien cercados a
los de ahí y resaltar a los de afuera.

Ahora estoy aquí contigo, queriendo hacer mío algo de todo lo que te pertenece. Tratando
de que el camino andado en estos días convenciera a uno de los dos de dejar su territorio
para salir a habitar el espacio del otro, un acto cruel para ambos lados.

La caminata me sumerge en un ambiente desconocido. La noche se impregna en todos los
sentidos; mis poros pueden saborear la fría dulzura del nocturno, mis manos se engolosinan
con tu tacto; me siento suspendida en un momento de entrega a ti, no quiero alejarme, irme
y deshacer el vínculo que tejí a tu alrededor, del pueblito que me considera extraña, y que,
aun así, me hipnotiza con sus recovecos.

Me dices que no te vas, que de ahí eres, tus palabras ya no son acogedoras, pero siguen
acompañadas de sinceridad. Regresamos al cuarto que rentas y eres gentil de nuevo, me
quitas los zapatos y besas mis pies cansados de caminar piedras, te estás despidiendo.
El brillo de la luna quedó ahogado en lo negro de mi cabello y yo, plácidamente caí
dormida. Nos abrazó la noche y consideré que ahí, sobre tu pecho, podía pasar como una
habitante natural.





Fernanda Soberanis (1996). Originaria de Acapulco, Guerrero. Es egresada de la Licenciatura en Derecho por la UAM Azcapotzalco y cursa el sexto semestre en Lenguas y Literaturas Hispánicas en
FFYL UNAM.

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