LO QUE SOMOS AL MIRAR LO BELLO
DESDE UNA dimensión filosófica (occidental), la estética plantea preguntas como: ¿qué es lo bello?, ¿qué es el arte?, ¿qué significa tener una experiencia estética? La ontología, por su parte, ¿qué es el ser?, ¿qué existe?, ¿cuál es la naturaleza de las cosas? Hay una relación estrecha entre estética y ontología cuando observamos que la experiencia estética no se limita a un juicio de gusto, sino que implica un modo de ser y de habitar el mundo (Stanford Encyclopedia of Philosophy, 2025). Lo bello, el arte, la poesía, transforman y permiten experimentar la realidad de maneras diversas, y desde una tradición moderna, novedosa. En este sentido, cada estética conlleva una ontología, una forma de concebir lo humano, la naturaleza y lo que existe. Lo estético nos abre horizontes de existencia. Es así que el arte, desde Platón, siempre ha tenido la encomienda (de forma explícita o no) de hacernos trascender, de mostrar incluso, lo verdadero. Asi pues, lo que el canon literario -entendido como un acervo generado “por un grupo dominante y por intereses ideológicos concretos” (Pulido, 2009: 102)- resguarda y muestra como valioso una ontología particular. En un mundo colonizado y patriarcal es más que posible que la forma de existencia más privilegiada sea la masculina y eurocéntrica. Con esto me refiero a que tenemos textos mayoritariamente escritos por hombres blancos europeos. Entonces, las narrativas del amor, de la soledad, del miedo, de la muerte, de los sentimientos y las sensaciones que encontramos en el canon literario han sido escritas desde su mirada, así como las historias sobre la naturaleza como un ente misterioso y devastador.
Hablar del canon literario es hablar de poder, porque la conformación de un canon responde a un esfuerzo de críticos y críticas de la literatura, mediados por sus propios esquemas culturales y sostenidos por estructuras de poder que les permiten el control y la difusión de dicho ejercicio. En este sentido, aún con buenas intenciones, la configuración de un canon excluye y margina todo aquello que no encaje en las nociones de literatura establecidas por ese grupo de poder. En México la construcción del canon occidental ha estado mediada por un proceso de colonización, así como por una dominación patriarcal. Aunque no es la única postura que podemos asumir, sería incompleto no tener en cuenta las relaciones neocoloniales y patriarcales que atraviesan nuestra actual y diversa sociedad en todos sus ámbitos. A partir de aquí podemos comenzar a preguntarnos desde dónde y cómo está configurado esto que hemos comprendido como canon, pero, la interrogante que más me atraviesa en los últimos tiempos es ¿qué pasa con la experiencia estética de nosotras, los y las lectoras o receptoras de este canon? Es decir, ¿cómo en nuestro interior sentimos, nos apropiamos -o rechazamos- el canon occidental y sus códigos estéticos? ¿Cómo impacta en las formas más interiorizadas en que vivimos y experimentamos el mundo a través de la literatura y cómo percibimos textos que habitan en la periferia, como las literaturas indígenas o la literatura escrita por mujeres?
En lo que se enseña como literatura en educación básica, en las nociones de “literatura universal” e incluso cuando se habla de literatura “nacional”; o en lo que se lee en la academia como parte de los programas de estudio, encontramos las historias masculinas y europeas. Basta que una misma repase su propia historia como lectora para darse cuenta de ello. Desde niña me ha fascinado leer y como muchos niños y niñas, mis primeras lecturas fueron los libros de texto gratuitos de la SEP. Las historias allí plasmadas me permitieron conocer de manera general, mis primeras pautas del canon. Gradualmente, leí los clásicos cuentos de los hermanos Grimm. Después, en mi adolescencia, leí autores renombrados de la “literatura universal”. En la carrera de Lengua y Literatura Hispánica se afianzó mi conocimiento del canon. Conforme más leía, más conocía a otros autores porque eran “influencia” de mis autores favoritos. Así, fui tejiendo una red de autores cuyas obras despertaban sensaciones profundas en mí y me hacían reconectar con el mundo, con la ontología que ahí presentaban. No era la misma antes y después de leer sus obras. Provocaban una experiencia estética, entendiéndola como esta forma de “nombrar el momento en que quién atestigua ‘algo’ se conmueve, esto es, que toca el nivel en el que comprende que no hay diferencia alguna entre él y lo que observa” (Mazzotti y Alcaraz, 2006: 37). Había familiaridad entre aquello que los autores expresaban y lo que yo sentía, aun cuando las vivencias fueran distintas. Justo esto hace que dichas obras sean un clásico en la literatura, y pese al tiempo, sigan vigentes y vivas para nuestra cultura, según nos dijo un día una profesora en la facultad, cuando hablábamos de los clásicos griegos, específicamente de la Odisea atribuida al famosísimo Homero. Crecí y me formé en este canon europeo y masculino y no habría estado incómoda con él hasta que descubrí la literatura indígena contemporánea.
En el 2015, mientras estudiaba Letras, como parte de una clase que abordaba la diversidad lingüística en el país, asistí a un recital de poesía náhuatl contemporánea. Leía parte de su obra Sixto Cabrera, poeta nahua del centro de Veracruz. Aquel evento fue un parteaguas en mi vida. Nunca antes había escuchado poesía indígena contemporánea. Experimenté tal asombro que comencé a cuestionarme por qué en mis años de estudio en la facultad nunca se me habló de esa literatura. Se me había enseñado sobre literatura indigenista, pero nunca sobre la literatura actual que estos mismos grupos, de quienes se hablaba, escribían. Incluso recuerdo, que cuando se hacía alusión a autores “marginados” del canon, y que eran apreciados por su supuesta rebeldía, siempre se mencionaban a autores hombres que escribían en español y vivían en las metrópolis. Entonces, descubrí que la literatura indígena ni siquiera merecía, al parecer, ser mencionada como marginada. Simplemente no existía en estos círculos.
Decidí realizar mi tesis sobre poesía náhuatl contemporánea y comencé a explorar una tradición literaria distinta al canon que hasta entonces yo conocía. Me percaté entonces de un contexto marcado dolorosamente por la exclusión y marginación de la poesía indígena y de sus creadores en un país y un mundo dominado aún por las relaciones coloniales. Advertí que esta producción literaria queda al margen, en un verdadero espacio periférico en todos los sentidos posibles: no había ninguna tesis en la Universidad Veracruzana que abordara la creación poética indígena; cuando acudía a las bibliotecas para buscar los poemarios, ni siquiera estaban en los estantes de Literatura, estaban clasificados como textos etnográficos; las editoriales que les publicaban, eran en su mayoría independientes. Reparé en todo el racismo institucional: a los y las autoras indígenas, por ejemplo, se les exigía la presentación bilingüe de sus obras, puesto que el español es la lengua hegemónica del país; exigencia no solicitada a los creadores en español. Todo esto me parecía una verdadera injusticia. No obstante, la exclusión de la poesía náhuatl era sólo el reflejo de la marginación hacia los y las creadoras indígenas.
La marginación física y simbólica motivó en mí un deseo sincero y hasta diría que ingenuo, de una justicia social, ética y epistémica hacia las literaturas indígenas (podría decirlo también como una justicia artística o literaria). Aspiraba a que, por lo menos, las personas supieran de su existencia. Pero descubrí que la injusticia social va más allá de que dichas literaturas estén o no en los programas académicos, o de que las obras estuvieran materializadas en los estantes de la biblioteca: la injustica social se muestra también en la distancia simbólica que encontramos en leerlas y entender su belleza. En cómo una lee, siente y se conmociona con las expresiones literarias de los márgenes es una forma significativa de entender lo poderoso que es el canon en la conformación de aquello que nos detona una experiencia estética.
Me costaba comprender la metáfora ontológica en torno a lo vegetal en la poesía náhuatl, surgida del contexto agrario cotidiano e insertada en el discurso poético. La entendía a nivel intelectual, pero a nivel emocional me sentía distanciada de ella, e incluso de la narrativa del amor, del asombro, o de la comunión con la espiritualidad mediada por el contacto con la naturaleza, como tópicos de dichas poéticas. Aunque la llama de la justicia social me iluminaba cuando hablaba sobre literatura indígena, comprendí que mi experiencia estética se manifestaba con mayor profundidad cuando leía obras canónicas, quizá porque de alguna manera, las emociones ahí dichas me interpelaban, o porque me hacían conocer algo más de mi propia existencia, pero ¿por qué no lo hacían las obras poéticas indígenas? El “choque” cultural/estético (y ontológico) fue abismal y me quebró…
Estoy segura que no solo las obras clásicas tienen respuesta y consuelo hacia nuestros sentimientos más profundos o existenciales; no obstante ¿Qué tanto podremos trascender los límites e historias hegemónicas para escuchar y sentir otras historias? Sentir más allá de los relatos hegemónicos, que atraviesan nuestra conciencia, es una revolución ontológica, un acontecer no esperado por este mundo occidental que, aunque moribundo, no termina de desaparecer y mientras esto ocurre, otros mundos mueren para que él viva.
Referencias
 Díaz de Quijano, Fernando. “La maternidad, un gran vacío en el canon literario”. El Cultural, 8 julio, 2019, acceso el 28 de abril, https://elcultural.com/la-maternidad-un-gran-vacio-en-el-canon-literario.
 Mazzotti Pabello, Giovana y Alcaraz Romero, Víctor Manuel. Arte y experiencia estética como forma de conocer, Revista caso del tiempo 8 (2006): 31-38: http://www.uam.mx/difusion/casadeltiempo/87_abr_2006/casa_del_tiempo_num87_31_38.pdf
 Pulido Tirado, Genara. El canon literario en américa latina, Revista Signa 18 (2009): 99-114. DOI: https://doi.org/10.5944/signa.vol18.2009.6201.
 Servén Díez, C. Canon literario, educación y escritura femenina, Ocnos: Revista de Estudios sobre Lectura, 4 (2008): 7-19: https://www.redalyc.org/pdf/2591/259119718001.pdf.
 Robinson, Lillian S. (1998). Traicionando nuestro texto. Desafíos feministas al canon literario, en Sullá, E. (Coord.). El canon literario. Arco Libros, 115-138.

Itzel Cabrera y Almendrita son xalapeñas de nacimiento y por convicción. 
    
    
 

