
LA PARVADA
Otro día. Fin de clases en la Facultad de Idiomas. Veo a mis compañeros alejarse. Tres de la tarde con cinco minutos. ¿Ir al departamento? ¿Comprar una torta? ¿Cocinar? ¿Pollo, carne? La mano me sujeta. Javier pregunta – ¿quieres comer en mi casa? ¿Qué responder? Ufano agrega – mi mamá hizo mole. Lo miro como si tuviera opciones, como si sopesara posibilidades. Sonríe expectante. Acepto. Será pollo. La vida sabe, pienso.
Caminamos. ¿Llevo algo? Pregunto – da pena ir con las manos y el estómago, vacíos, no –responde, mi abuelo tiene tienda. Llegamos. Abre la puerta, el chirrido rebana la oscuridad de la cochera, me hace pasar. Toma mi mano, no vayas a tropezar, ten cuidado -dice, pero no me explica por qué. Me azota el olor a humedad. ¿Cuántos coches cabrían? ¿Por qué nunca terminamos de cruzar? Se vislumbra un jardín descuidado al fondo.
Arriba se ha cerrado el cielo, me machaca el gorjeo de mil pájaros, nubes prietas se estrujan hasta destazarse, huele a tormenta, cierro los ojos para escuchar y para sentir. Un corredor. Puertas de un laberinto. Entramos, su mamá en el comedor. ¿Dónde me lavo las manos?, señalan la cocina. Voy. Murmuran. Han de tener muchas jaulas, evitan que escuche el cuchicheo. Oscura la casa impregnada del perfume del mole; imagino la mezcla de chiles, la canela, el chocolate, las almendras, los cacahuates, pienso en la lista interminable de ingredientes y en la boruca de los pájaros. Vuelvo, callan su charla, la mamá me tiende una toalla húmeda que me moja más de lo que me seca. Pregunto por las aves. No hay jaulas, estaban aquí antes de que nosotros llegáramos, es relindo escuchar la parvada (jilgueros, gorriones, canarios, cenzontles), siempre cantando – dice.
En la mesa han puesto sartenes y cacerolas sobre parrillas, humean. La mesa tiene un mantel rojo de tela y encima un hule para evitar las manchas y para limpiar más fácilmente después de cada comida. Los tíos de Javier vendrán en cualquier momento. Todo está delicioso. Uno a uno llegan, uno a uno sirve la mamá de Javier los platos. Saludo sin alzar la vista, no puedo dejar de saborear. La comida hecha en casa me hace recordar la sazón de mi abuela. La emoción brota en mis ojos, pero antes de que se vuelva lágrima, uno de los tíos me pide el salero. Imposible no mirarlo a la cara, imposible contener el escalofrío. Imposible seguir comiendo, pero imposible también dejar de masticar. Mirarlos desorbitadamente hubiera sido descortés, ¿cómo evitarlo? Los tíos tenían un fino plumaje que les cubría la piel. Detrás de sus brazos tenían alas. Eran hombres pájaro. Con el pico recogían porciones considerables de arroz y luego tragaban. El sonido que brotaba de sus gargantas se parecía al de los cuervos.
Me hundí en el silencio infinito. En los platos de todos, arroz únicamente. Yo, la única que comía pollo. Me hundí en sus miradas acusadoras. Otra vez el martilleo del canto, afuera de la casa y en el comedor.
¿Te gusta el pollo? Entorné los ojos; desde la silla de Javier, el pico empezó a abrirse para engullirme.

Cibela Ontiveros es egresada de la licenciatura en Lengua Inglesa de la Facultad de Idiomas y de la Especialización en Promoción de la lectura de la Universidad Veracruzana (México). Recibió el apoyo del Programa de Estímulos a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA) en Veracruz (2010) y en Durango (2012). Premio de ensayo “Ser UV” (2013) con el texto “La conquista del otro paraíso”. Premio de cuento Final de Bukowski (2013). Premio nacional estudiante universitario Sergio Pitol (2014), categoría relato con el texto “Íncubus”. Cuarto concurso nacional de cuento de escritoras mexicanas (Antología), cuento seleccionado “Dilemas” (2021). Concurso de Edición ICED (Durango, 2023), libro seleccionado El infierno que se merecen. Apoyo PECDA Durango (2023) como Creador con trayectoria. Cuento antologado en Chicalotas (Reunión de narradoras del Noreste) “El infierno que se merecen” (2024). Concurso internacional de cuento Hombres valientes (relatos latinoamericanos de coraje masculino) con el texto “Al otro lado del bosque” (2024).

