
LA CARNE DE CAÑÓN QUE SOMOS: LA GUERRA, LA DESAPARICIÓN Y LA IMPUNIDAD
QUIZÁ NO TODO MÉXICO ha comprendido que estamos en guerra. Que la guerra está ahí mutilando a las poblaciones más vulnerables, pues como ha pasado en todas las batallas, ni siquiera salpica a quienes viven en sus vitrinas de cristal. El luto nos toca día a día y parece, de pronto, que no hay forma de salir de él, como si estuviéramos atrapados en un duelo interminable.
En estos días, el Colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco halló una fosa clandestina en un rancho de Teuchitlán, Jalisco, México; sitio ubicado aproximadamente a una hora de Guadalajara, capital del estado. Palabras como adiestramiento y exterminio salen a flote en las noticias, lo que ha llevado a la comparación de esto con lo que sucedía en los campos de concentración en Alemania durante el Holocausto, dadas las dolorosas similitudes en los métodos de exterminio y desaparición de personas.
Entre los hallazgos, el Colectivo encontró tres hornos crematorios, huesos calcinados, cientos de pares de zapatos y prendas de vestir (basta con ver las imágenes para sentir el dolor en el pecho). Se sugiere la posible cremación de al menos 200 personas en el lugar. Este centro operó por al menos diez años, según testigos anónimos que fueron obligados a estar en ese rancho.
En los campos de concentración nazis, se crearon hornos crematorios para deshacerse de los cuerpos de millones de personas asesinadas, especialmente judíos, pero también prisioneros políticos, personas con discapacidad, entre otros. Los agentes nazis no sólo asesinaban a las personas, sino que también buscaban eliminar cualquier evidencia de su existir mediante la incineración de sus cuerpos. Viéndolo así, ¿no es eso lo que sucede en México? El hecho de que existan tantos objetos personales y pruebas de incineración sugiere que el lugar fue utilizado de forma sistemática para desaparecer personas. Desaparecerlas en todos los sentidos; sin cuerpo y despojadas de su humanidad…
¿Cómo llegaron las personas a este rancho? Lo que se sabe es que eran secuestradas o engañadas con ofertas laborales. Una vez ahí, no había forma de salir de voluntariamente. Algunas otras personas llegaban ahí a sabiendas de lo que era el rancho. Lo hacían porque necesitaban dinero… Al final, todas las víctimas necesitaban el dinero. Todas eran vulnerables desde antes de llegar ahí.
Nuevos testimonios hablan no sólo de la desaparición de personas, sino de un sitio de “entrenamiento” para que las víctimas alcanzaran el nivel de violencia necesario para volverse victimarias. Se habla de enseñar la tortura, la violación y la muerte. Se habla también de la realización de experimentos médicos en las víctimas. Se habla de cerdos alimentándose de personas vivas ¿Cómo es posible? Las cicatrices de una humanidad tan lastimada aún no cierran, cuando otras heridas emergen. Si no es Gaza, es México. Es Siria. Es Sudán. ¿Cómo nos consolamos? ¿Cómo nos abrazamos? ¿Cuánto más habremos de llorar?
La Comisión Nacional de Búsqueda, reporta que nuestro país acumula más de 110 mil casos de personas desaparecidas desde 2006, año en el que fue declarada la guerra contra el narcotráfico por una persona que hoy día aparece dando entrevistas sin el mínimo pudor y respeto por los “daños colaterales”. He ahí, en esos líderes, la violencia y la crueldad encarnada. Y cuando digo que las víctimas del cartel de cuatro letras que operaba el rancho de Teuchitlán ya eran vulnerables desde siempre, es porque quizá lo más honesto es decir que desde siempre fueron víctimas de un sistema en cuyo centro no está la vida. Y en ese mismo sistema, también vivimos tú y yo y todas las personas y la naturaleza. Nuestra vida a sus ojos, a los ojos de esos líderes que declaran guerras en las que no son el frente y que toman la forma humana de una violencia estructural, no vale nada. A los ojos de esos líderes, yo, ustedes que me leen y las víctimas del rancho de Teuchitlán no somos distintos. Somos cuerpos susceptibles de explotar, cuerpos que a sus ojos no aman, no sueñan, no tienen familia. No es posible que pensemos que de alguna forma esa violencia no nos llega o peor aún “yo no soy ellos o ellas, a mí nunca me va a pasar, porque ellos y ellas sí andaban en malos pasos y yo no”. A esos líderes no les importan nuestros pasos, sino que fácilmente podemos ser “carne de cañón” con todo el dolor que eso implica: somos prescindibles o desechables en situaciones de conflicto. Nuestra vida y bienestar no tiene valor en comparación con los intereses mayores del Estado (de ahí el “daños colaterales” que Felipe Calderón enunció con toda la frialdad de su posición). (Y el Estado sometido a los intereses de unos cuántos). Así, solo nosotras, las de a pie, podemos recuperar esos cuerpos emanados de la guerra y la deshumanización, tal como lo hace el Colectivo Guerreros Buscadores, porque ni la fiscalía ni nadie del Estado pudo hacerlo antes. Es importante y urgente de manera colectiva exigir justicia, donar a causas que luchan por los y las desaparecidas, o incluso compartir información para aumentar la conciencia pública. Solo nosotras, nosotros, los cuerpos sin ningún valor para este sistema podemos hacerlo, porque esta guerra sólo tiene como víctimas a la clase empobrecida y vulnerable. Solo nosotros y nosotras sabemos del miedo que producen los enfrentamientos en las calles, porque las balas pérdidas solo nos dan a nosotras y solo nuestros cuerpos saben de la rabia que produce la impunidad.
Itzel Cabrera nació en el bosque de niebla, que ahora ve morir.

