
JARDINES DE SOMBRAS Y RAÍCES
SIEMPRE HABÍA SIDO UNA FLOR paciente, una que crece lentamente, en busca del sol, confiando en la tierra que la sostiene. En su jardín, donde cada hoja se extendía hacia un futuro compartido, había un árbol robusto bajo cuyas ramas ella se sentía protegida. Pero, como en todo jardín, a veces la sombra que da cobijo también esconde secretos. Un día, bajo las hojas secas que el viento arrastraba, descubrió raíces enredadas que no eran suyas.
Los mensajes eran como señales de una tormenta silenciosa que había estado alimentando otra flor en su jardín. La flor escondida entre las hojas negaba haber buscado el calor del sol que también bañaba al árbol, pero los rastros estaban allí, en las hojas que caían y dejaban al descubierto sus secretos. Aún firme en su tallo, contemplaba esas señales con el viento meciendo sus dudas, preguntándose si su jardín alguna vez había sido solo suyo.
El árbol, que se alzaba con orgullo en el centro del jardín, admitió que había sentido la atracción de esa flor que crecía cerca de sus raíces, pero con rapidez añadió que la había rechazado por amor a la flor que siempre le brindaba su sombra más cercana. Sin embargo, como las enredaderas que buscan luz en los días oscuros, él volvía a la otra flor cada vez que las nubes cubrían su cielo. Y aunque insistía en que siempre elegía la luz de quien lo cobijaba, la tierra bajo los pies de la flor comenzaba a agrietarse.
El dolor no solo venía de las raíces compartidas entre el árbol y la flor que lo buscaba, sino de la constante negación de esa flor. Cuando fue confrontada, insistía en que nunca había deseado las ramas del árbol, que nunca había extendido sus pétalos en su dirección. Pero cada palabra de negación era como una espina que se clavaba en las hojas de la flor que lo amaba. Si las raíces habían tocado, ¿por qué mentir? ¿Por qué dejar que las sombras se alargaran sobre el jardín que tanto había cuidado?
La flor que negaba no era invasiva, no era una plaga que se había esperado encontrar. Al contrario, era fuerte, brillaba en su propio rincón del jardín. Y, sin embargo, su negación envolvía a la flor más cercana al árbol como una niebla densa, imposible de atravesar. ¿Por qué no admitir que las raíces se habían enredado? Tal vez esa flor negaba para no arrancarse a sí misma del suelo donde había crecido, para no enfrentarse a la verdad de que incluso las flores más fuertes a veces buscan lo que no les pertenece.
Raíces que se entrelazan
Cada vez que el árbol intentaba explicarse, la flor paciente sentía como si el viento arrancara pedazos de sus pétalos. La duda era como una hiedra que se extendía, sofocando todo a su alrededor. No se trataba solo de las raíces que habían tocado otras tierras, sino de las promesas que ahora quedaban atrapadas entre las grietas del suelo. El árbol, al confesar que la otra flor lo buscaba pero que él siempre elegía a su compañera, parecía querer restaurar el orden en el jardín, pero la naturaleza no era tan fácil de controlar.
Miraba esas raíces expuestas y se preguntaba: si realmente la elegía a ella, ¿por qué buscar la sombra de otra flor en los días nublados? ¿Era la otra flor un refugio secreto donde el árbol encontraba lo que no podía pedirle a ella? ¿O era simplemente el terreno blando al que volvía cuando las tormentas amenazaban con sacudir su jardín? Cada respuesta que el árbol daba era como una hoja seca, sin vida, que se desmoronaba en sus manos.
Los días que siguieron fueron un vendaval en el alma de la flor que había crecido junto al árbol. Se preguntaba cómo era posible que, en un jardín donde había depositado tanto amor, otra flor hubiera crecido en el silencio de la tierra. Pero no podía odiar a la otra flor, porque ambas, a su manera, compartían el mismo sol. En lugar de rencor, lo que más le dolía era la forma en que la verdad, como las raíces, se escondía bajo la superficie.
Se encontró reflexionando sobre lo que significaba ser una flor en un mundo lleno de jardines compartidos. ¿Dónde estaba su lugar cuando sus raíces tocaban las de otra? ¿Qué significaba ser fiel a una tierra cuando el viento traía semillas de otras partes? La otra flor, que también había sentido el calor del sol, estaba atrapada en sus propias contradicciones. La naturaleza no era simple, y tampoco lo eran los deseos que entrelazaban sus raíces en la misma tierra.
El jardín de la incertidumbre
Al final, la flor ya no sabía confiar. Las raíces de la otra flor seguían negando lo que el suelo revelaba, y el árbol parecía querer podar las ramas sin entender que las raíces ya estaban profundamente entrelazadas. La confianza que alguna vez había sido el corazón de su jardín se desmoronaba como una flor marchita que no soportó el peso de los secretos.
Sabía que las relaciones, como los jardines, no se destruyen solo por las tormentas, sino por las raíces invisibles que crecen donde no deberían. No se trataba solo de lo que había sucedido entre el árbol y la otra flor, sino de lo que ambos habían callado. Y mientras las hojas caían a su alrededor, la flor se preguntaba si alguna vez volvería a sentirse segura en su propio jardín, o si siempre viviría con la incertidumbre de las raíces ocultas bajo la tierra.
Porque los jardines no se destruyen solo con espinas. Se destruyen cuando las raíces de otras flores se entrelazan en secreto, cuando la verdad permanece enterrada en lo profundo del suelo, donde la luz del sol nunca llega. Y aunque el viento seguía soplando, la flor sabía que, para seguir creciendo, tendría que encontrar su propia luz, incluso si eso significaba dejar atrás el jardín que alguna vez creyó suyo.
Karla Hernández
Escribe de las grietas, no viene de las aulas universitarias ni de los circuitos literarios convencionales; su voz surge de la calle, de los días solitarios en los que el ruido de la ciudad de México se apaga y solo queda el eco de sus pensamientos. A través de un diario íntimo, escribe lo que siente: sus vivencias, sus dolores, sus sombras. Sus palabras rasgan el silencio, habitando ese lugar donde la vida y la escritura se entrelazan en un grito profundo que nace desde las entrañas de la ciudad.

