
HOLA VAGINA
MI PRIMERA experiencia sexual fue en la calle, sí en una banqueta plana, fría y debajo de la ventana de una casa en donde nos gritaron no sé qué insultos para que nos fuéramos.
Yo tenía 14 años, mi novio 23.
Resultó que al estarnos besando, los ánimos, los suyos claro, se encendieron y una cosa llevó a la otra, me recuerdo luchando contra mis calzones y mi falda en un afán por estar disponible muy rápido y que el galán no se fuera a enojar, yo era mujer, sabía que tenía algo ahí abajo, algo que no sabía que era o cómo pero que tenía que tener un hombre y esa noche, después de una fiesta, mi virginidad me abandonó.
Eso no me importó, lo que sentí raro, fue no haber sentido nada, haberlo hecho como quien dice por cumplir esa tradición de barrio, en que las morras eran desvirgadas, embarazadas y abandonadas.
La típica mancha roja en mi falda blanca, fue la causante de que al llegar a casa, me pusieran en toda mi madre.
Claro está que ni tiempo hubo de usar condón y, siendo tan inocente y en aquellísimos remotos años, ni intentar que te los vendieran porque hasta el de la farmacia iba de chismoso con TODA, de veras con TODA tu familia, así que aparte de que te iban a poner una madriza, ibas a terminar señalada por toda la colonia como la puta más puta…
No conocí mi cuerpo hasta los veinte y mi vagina…creo que hasta veinte años después.
Me daba pena verme el cuerpo, y mucho más tocármelo.
Cualquiera podía venir a tocarlo, pero yo no.
Había crecido en un tiempo, en el que todos disponían del cuerpo de la mujer, menos una misma.
No tenía información, no tenía nadie en quien confiarme, la cultura que nos rodeaba era sumamente promiscua y descuidada, por lo tanto, tú debías hacer lo mismo.
Ni siquiera me pasaba por la cabeza que podía defender mi cuerpo, que podía decir que no, que podía gritar y patear si alguien me hacía algo que no me gustaba.
Lo peor de todo es que al ir creciendo, todas mis amigas me contaban que disfrutaban del acto sexual…yo pensaba que debía tener algo raro, mira que no disfrutar de algo tan cotizado, era porque yo, como decían, era una pinche frígida.
Años después y mejor informada, me di cuenta de que como dicen, el problema no era yo…eran ellos.
Ellos, desde mi noviecito en la banqueta por abusar de una menor de edad de forma tan prosaica, ellos que sólo me lastimaban por cumplir con el protocolo de la penetración, ellos por pedirme cosas que no me gustaban pero que yo, en un intento de satisfacerlos, hacía resignada.
Hasta que un día empecé a conocerme, cansada de recibir a tanto pendejo en medio de mis piernas, que ni hacía nada interesante y sólo me quitaba el tiempo, decidí tomar las riendas de mi vida sexual.
Tomé un espejo y me miré, tímidamente, con miedo, por ahí de los cuarenta años, por primera vez, vi mi vagina, no la veía linda, la verdad, pero por lo menos ya la conocía, hola vagina, perdóname por haber dejado entrar a tanto inútil inepto dentro de ti, te prometo que ahora todo será diferente.
Supongo que mi vagina se puso contenta porque sentí una sensación riquita en ella.
A partir de ahí, leía toda la información que llegaba a mis manos para saber como es la mujer, de qué se satisface, cómo, porqué, me di cuenta de que todas somos diferentes, de que todas olemos diferente, de que el coño no tiene que oler a flores si no a coño, a mujer, a hembra, pero de que todas tenemos el deber de respetarnos y exigir que nos respeten, que tenemos derecho de amarnos y eso incluye los orgasmos.
De que no era yo la frígida, la inútil, la pendeja (bueno, la pendeja sí, por agarrar tanto torpe y no elegir bien a mis parejas)…no cariños…eran ellos.
Así, que empecé a elegir con más calma, sí, había descubierto que me gustaba el sexo pero también había descubierto que me gustaba hacerlo chingón y, perdón, eso, no con cualquiera, ni en cualquier lado.
Tengo que sentirle desde antes, me tiene que encantar, que mover el piso estúpidamente para después yo, conscientemente meterme en un episodio relajante y delicioso con él.
Ahora me conozco, ahora no tengo que complacer a nadie, ahora tengo el valor suficiente para no hacer lo que otros quieren.
Ahora decido yo.

Mi nombre es Carmen Escalante, he dado talleres para mujeres víctimas de violencia, talleres de escritura creativa y escritura terapéutica. Publico mis textos en mi página personal y en los sitios que puedo hacerlo. Escribí durante muchos años para un periódico mensual y he escrito poesía a pedido. Todo lo que veo me inspira a escribir y como usuaria de transporte público, muchos de mis textos tienen su principio ahí, en el metro, en el microbús, en las calles, en la vida real.
* Hemos publicado la versión original del texto.
Imagen de Hilde Atalanta

