
¿CUÁNTAS CRIATURITAS SE HA CHUPADO USTED?
VIVÍ con Andrés cuatro meses. El departamento que compartíamos se ubica en Santos Degollado, cerca de Xalapeños Ilustres, a unos metros de la Galería de Arte Contemporáneo. Las únicas dos ventajas de vivir ahí consistían en pagar mil quinientos por una habitación y compartir espacios como la sala y la cocina. La segunda ventaja era que el trabajo en una librería estaba sólo a cuatro cuadras, era cajera.
En el departamento que subarrendaba Andrés había tres habitaciones y ocupábamos únicamente dos. Tenían una sala amplia y una cocina integral, dos baños y dos patios. Era un departamento cómodo, con una buena ubicación, el único “pero” que podían ponerle era lo ruidoso. Como afuera del edificio es parada de autobuses… Siempre está lleno de gente y de ruido.
Un fin de semana Andrés se ausentó porque fue a visitar a su familia a Poza Rica. Me quedé sola parte del viernes, sábado y domingo. Andrés volvió hasta el lunes muy temprano, antes del amanecer. Me dejó las llaves de su cuarto porque él tenía televisión y yo no, me dijo que podía aprovechar para ver películas. El gesto me pareció amable y le agradecí aquel día con pizza antes de su partida.
El sábado hubiera querido dormir hasta tarde, pero los autobuses parecían jugar arrancones y carreritas entre ellos o con autos particulares o taxis. Desperté malhumorada y todo el día estuve callada, Janis, mi gata, no hacía nada que ameritara el esfuerzo de articular alguna palabra.
Decidí asear el departamento con música de señoras robamaridos o divorciadas; barrer, trapear, lavar el baño que me correspondía, el otro estaba en el cuarto de Andrés, en la habitación más grande. Por la tarde, fui a comprar algo para comer porque ya no me quedaban ganas de cocinar. Ser adulto es un constante planear y preguntarse ¿qué voy a comer hoy? Acababa de comer el día anterior pizza y ahora tenía ganas de lasagna aunque fueran demasiados carbohidratos, en aquel tiempo no los contaba.
Me quedé dormida viendo una película. Ya había caído la noche y me despertó el sonido estridente de música proveniente del departamento que estaba en frente. Me asomé por la ventana de la sala, como una señora chismosa y fui testigo de una fiesta que apenas empezaba. Odiaba profundamente el hecho de que la fiesta iba a prolongarse y no me dejarían dormir. Mi cuarto estaba justo frente al pasillo y frente al departamento donde era la dichosa reunión.
Ni siquiera podía ver películas en el cuarto de Andrés porque el ruido era extremo, no podía escuchar ni mis pensamientos. Janis estaba asustada y yo me enojaba cada vez más. En vano porque no bajaron el volumen de la música, por el contrario, le subieron a medianoche. Confiaba o quería pensar que los vecinos estuvieran tan furiosos como yo, pero no sé si hicieron algo al respecto o permanecieron indolentes o sólo al margen de la situación.
Me envalentoné y fui a tocar a la puerta para pedir, de la forma más amable y educada posible que le bajaran a la música. Nunca me abrieron. Volví derrotada al departamento. Se me ocurrió llamar a la policía. Como no tenía saldo, fui al teléfono de monedas que estaba justo en la parada de autobús. Llamar a la policía es un laberinto del que no se sale con éxito. El menú te manda a todas partes, menos a donde te tienen que atender. Así que no resultó.
Alrededor de las tres de la mañana, tenía muchísimo sueño y estaba aturdida, como si estuviera en la fiesta. Saqué a Janis del ropero, donde se escondía y la llevé al cuarto que nadie ocupaba. Era el más lejano del pasillo y del estruendo, cerré la puerta y me tapé con mi sábana y una frazada.
Me quedé dormida con la canción de la bruja: “Ay qué bonito es volar a las dos de la mañana…” Yo no podía volar, pero me hubiera gustado que la bruja me llevara para sacarme de aquel escándalo. Aunque la bruja me colocara luego en una maceta.
“Ay dígame, ay dígame, ay dígame usted
¿Cuántas criaturitas se ha chupado usted?
Ninguna, ninguna, ninguna
¿No ves que ando en pretensiones de chuparme a usted?”
Cuando regresó Andrés quise contarle de la fiesta, pero lo dejé para después.
No había pasado ni una semana cuando Andrés me sorprendió con la noticia de que regresaba a Poza Rica a vivir porque había reprobado casi todas las materias de Administración en la Universidad Veracruzana (UV) y sus padres se negaban a seguir pagando una renta de $4,000 en el centro de Xalapa cuando su hijo no estaba dispuesto a hacer el mínimo esfuerzo en la universidad. Andrés me dijo que tenía tres días para mudarme, no supe qué decirle, los reclamos se me quedaron en la garganta, no valía la pena decirle que qué poca madre tenía, que eso no se hacía, que no era correcto y que yo no había hecho algo que mereciera ese trato.
Compré el periódico de inmediato y busqué departamentos en renta. Caminé por algunas calles del centro a ver si corría con mejor suerte, porque los anuncios eran desesperanzadores. Entonces llegué a la calle Betancourt, entre Ávila Camacho y Juárez. Ofrecían un cuarto y llamé para concertar una cita con el arrendador.
Llegó en diez minutos, jadeando, era un anciano como de más de setenta años, con una panza prominente, barba descuidada, encanecida y ropa más o menos gastada y sucia. Me dijo que era el dueño de esa casa antigua y que se rentaban los cuartos desde hacía muchos años. Me dijo que vivía en la misma calle, que después de Úrsulo Galván cambiaba de nombre y se convertía en Leona Vicario, en la esquina con I. Allende, frente al hotel La Moderna. El cuarto estaba vacío, yo estaba por comprar una cama y algunos muebles. Desde uno de los balcones era posible vislumbrar el Pico de Orizaba.
En el cuarto debajo del mío vivía un instructor de un gimnasio. Era un sujeto fortachón y nos saludábamos por educación. Pronto supe que prefería las madrugadas para los actos concupiscentes con su novia gritona, pero esos escándalos podía pasarlos por alto y conciliaba el sueño sin problema.
Me atrasé en el pago de la renta porque hubo un problema en la librería, no completaban para pagar la nómina y se retrasarían un día nada más. Una vez que me pagaron el sueldo ínfimo de la quincena, fui hasta la casa de los dueños de la propiedad donde rentaba.
Llamé a la puerta varias veces, por las ventanas noté que el interior estaba muy oscuro y que había muchas veladoras encendidas. Un rostro se asomó de súbito por la ventana, me asustó. Se abrió la puerta y apareció tras ella una anciana maquillada excesivamente, me saludó con voz ronca “Hola, preciosa, ¿qué se te ofrece?”, me sentí como Blancanieves, le dije que era inquilina de la casa de Betancourt y dijo que sabía quién era, que las descripciones de mi físico, por parte de su esposo habían sido exactas. Entré. Se me heló la sangre. Esos ancianos hablaban de mí y él me había descrito. Siéntate, hermosa, cuéntame cuántos años tienes. No, señora, muchas gracias, sólo vengo a pagar la renta. Tómate algo conmigo, hoy me dejaron sola. Yo soy la dueña de la casa donde vives, no es mi marido. Siempre le dice a la gente que él lo heredó de su familia, pero ellos no tenían ni en qué caerse muertos. Mire, son $1,000, le extendí dos billetes de $500. Gracias, mi niña bella. Me dejó con la mano extendida y dijo que iba por unas tazas a la cocina. Ahorita los recojo, espérame tantito. Olía mucho a humedad, a casa cerrada con mil triques inservibles y viejos como los habitantes del inmueble. El corazón me empezó a latir de prisa. La anciana volvió con dos tazas y una tetera más vieja que ella. Tómate un té, es de canela y me quedó muy rico. Recibí la taza en las manos y la apoyé sobre mis piernas. Quería salir corriendo. El líquido era rojizo. Me esperé a que la casera bebiera primero. Luego me llevé la taza a los labios.
“Volar y dejarse caer en los brazos de una dama…
Volar, mi alma se desprendió del cuerpo y un hormigueo se volvió arrullo. Negro, negro era el techo de la habitación donde desperté. Sostenía mi cabeza la anciana de trenzas canosas, tenía la boca tan cerca de mi cara que podía oler su aliento nauseabundo. Únicamente podía mover los ojos, intenté balbucear que me soltara, tenía miedo. Me dijo que todo estaba bien, que me necesitaba para hacer su brebaje. Dejó mi cabeza sobre una almohada. La humedad seguía lastimándome la nariz, no podía acostumbrarme al olor. Se acercó la anciana despacio, le temblaban las manos de emoción, sonreía como una niña, los labios exageradamente rosa mexicano, sombras azules en los párpados, mucho polvo en el rostro. Mis ojos se llenaron de lágrimas cuando me mostró un cuchillo. Dijo que yo la había invocado y que apenas había podido acudir a mi llamado, que estaba muy débil para volar. No entendía sus palabras, ¿cuándo la había llamado si ni siquiera la conocía? ¿No te acuerdas, preciosa? Vivías en un departamento con un chico, hubo una fiesta y tú me llamaste para que te llevara lejos. Ya me deshice de tus vecinos, los de la fiesta, ya no van a molestar a nadie. Ya estoy aquí, mi hermosa niña, ya estoy aquí. Sentí los brazos mojados, las venas abiertas y ella exprimiendo con avidez y recogiendo la sangre en un frasco. Ahora te tengo que cobrar la gracia que te concedí. No, no llores, no pasa nada y siguió recolectando la sangre.
Unos gritos me despertaron. Estaba en mi cuarto, en Betancourt, el vecino de abajo le gritaba a su novia que la iba a matar, se escuchaba que la perseguía por el cuarto y se arrojaban objetos, escuché romperse vidrios, un portazo y luego se hizo el silencio.
En el buró estaba un recibo por la cantidad de $1,000 pesos a cuenta de la renta del último mes. Estaba mareada, ni siquiera sabía cómo había llegado al cuarto. Traía una sudadera, quería verme los brazos, pero tenía miedo. Levanté las mangas poco a poco y quedé helada cuando observé las muñecas vendadas.
Cibela Ontiveros

Cibela Ontiveros es egresada de la licenciatura en Lengua Inglesa de la Facultad de Idiomas y de la Especialización en Promoción de la lectura de la Universidad Veracruzana (México). Recibió el apoyo del Programa de Estímulos a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA) en Veracruz (2010) y en Durango (2012). Premio de ensayo “Ser UV” (2013) con el texto “La conquista del otro paraíso”. Premio de cuento Final de Bukowski (2013). Premio nacional estudiante universitario Sergio Pitol (2014), categoría relato con el texto “Íncubus”. Cuarto concurso nacional de cuento de escritoras mexicanas (Antología), cuento seleccionado “Dilemas” (2021). Concurso de Edición ICED (Durango, 2023), libro seleccionado El infierno que se merecen. Apoyo PECDA Durango (2023) como Creador con trayectoria. Cuento antologado en Chicalotas (Reunión de narradoras del Noreste) “El infierno que se merecen” (2024). Concurso internacional de cuento Hombres valientes (relatos latinoamericanos de coraje masculino) con el texto “Al otro lado del bosque” (2024).

