
MI CUERPO, MI ENEMIGO
UN CALOR horrendo hizo presa de mí. La blusa me asfixiaba, el corazón me latía al mil. Un deseo fuerte y molesto me impulsaba a cortarla por la mitad y quitármela, pero algo me detuvo, estaba en el camión rumbo a mi casa y, obviamente, no podía desnudarme en la calle.
Pensé que había sido la tela de la blusa, que me quedaba algo pequeña, que mis pechos se habían hinchado repentinamente con la menstruación, alguna de esas cosas. Y me olvidé del asunto.
Seguí con mi vida normal, pasaron los meses y llegó la pandemia. Al entrar a la pandemia yo pesaba 58 kilos, llevaba una alimentación balanceada y me ejercitaba dos o tres veces a la semana según el tiempo, el cansancio o las actividades que tuviera. Mi vida social era aceptable.
Todo parecía transcurrir en perfecta calma y en una perfecta rutina donde yo, ya sabia mas o menos que pasaría cada día en mi vida.
Nadie me advirtió lo que era la menopausia, ni la perimenopausia ni nada de eso. En mi familia, jamás nadie habló de eso. Alguna vez una de mis tías me dijo que no soportaba traer la ropa puesta y que tenía mucho calor. Mi madre mencionaba algunos síntomas pero jamás, claramente, la palabra menopausia. Mi abuela, me engañó a mis 15 y ella a sus 80, con que seguía menstruando…Esa plática era un tabú. Un secreto espantoso que había que ocultar en lo más profundo del alma, de ser posible enterrarlo junto con las semillas de las plantitas en sus macetas.
Así es que me vi un día de la pandemia, llorando por todo, comiendo por todo y con un cuerpo que se había vuelto mi enemigo porque todo el tiempo, me dolía.
¿A dónde se había ido esa hermosa, vivaz y energética chica maravilla que había sido? No tenia ni idea. Despertaba cada día con un síntoma nuevo. Mi salud, por lo regular, había sido impecable. Así que tomar pastillas para el dolor era nuevo para mi y, de todos modos, no me aliviaban. Mi cuerpo luchaba conmigo y yo solamente veía como la báscula iba subiendo día con día, mi ropa ya no me quedaba y el cuerpo me dolía tanto que ni siquiera podía hacer el poco ejercicio al que estaba acostumbrada, mis articulaciones empezaron a fallar y durante tres años consecutivos me disloqué el tobillo.
Todo era un círculo vicioso de dolor en dónde yo, no podía salir. Mi cuerpo se había convertido en mi enemigo y no me dejaba ni pensar, ni caminar y mentalmente, se veía que también quería aniquilarme.
Los doctores decían que no tenía nada, que bajara de peso, que hiciera cosas, que tenía estrés, que saliera…pero yo no podía hacer ninguna cosa de lo que ellos querían.
Los psicólogos tampoco sabían que me estaba pasando y me recomendaban lo mismo, salir, avanzar, olvidarlo todo, recuperarme como se recuperaron ellos de la pandemia, porque todos mis malestares los adjudicaban al encierro.
Fueron dos médicas generales las que me dieron luz. Una de ellas me dijo con mucho tacto, que el proceso por el que yo estaba pasando se llamaba climaterio y que no había nada para curarlo porque no era una enfermedad, era un proceso, me recetó ejercicio, vida al aire libre y unos suplementos.
Pero a mí me dolía tanto el cuerpo que nada funcionó. Varios meses después encontré a la otra, ella fue más dura conmigo y sin menos tacto me dijo que estaba envejeciendo, que tenía menopausia a mis 49 años y que lo aceptara porque no había cura para eso. Ella no me recetó nada.
El problema no era que yo no aceptara envejecer, el problema no era que yo no aceptara la menopausia o el climaterio o lo que fuera, el problema era que mi calidad de vida había bajado considerablemente y mi salud emocional y física ya estaba en juego. El problema era que yo me estaba sintiendo incapacitada con un cuerpo que era mi enemigo.
Decidí que no podía seguir así y empecé a informarme más. Las cosas fueron tan lejos que una de las doctoras confundió mi proceso con hipotiroidismo. Cuando fui con otro doctor, me dijo que no tenía nada y que me pusiera a bajar de peso y a hacer ejercicio, tampoco me dio una receta de algo.
Ha sido un camino largo, muy largo. Las doctoras me dijeron que en cuanto mi cuerpo se adaptara todo estaría mejor, pero no veo tanto avance. He dejado de usar tacones porque mis pies a veces no quieren caminar del dolor que siento y aún así, tengo que ir a trabajar, porque los doctores que revisaron mis articulaciones me dijeron que no tengo nada.
Leo páginas de personas que tratan estos temas y dicen que cuando uno llegó a esa edad sin cuidarse y con exceso de peso, es más fácil que le den los síntomas. No es cierto. Yo llegué perfecta y cuidándome en todo. Así que tampoco fue por eso.
Un día fui a un paseo y conocí a dos señoras de cincuenta y tantos y ellas me dijeron que jamás han sentido los síntomas que yo he tenido, que ni sabían que era eso. Yo me quedé pensando si eso sería cierto o si también lo estaban ocultando como mi abuela.
De cualquier forma me sentí incompetente, porque éste proceso, también me ha hecho sentir insegura e inadecuada.
Me he obligado a caminar aunque me duela algo, me he obligado a hacer muchas cosas aunque no quiera y tomo suplementos y me llevo las cosas con más calma y trato de hacerle caso a los médicos mientras espero que mi cuerpo se adapte. Pero no es fácil vivir en un cuerpo que no te responde. Así que lo primero que empecé a hacer, fue dejar de pensar que es mi enemigo. Empecé a tenerle compasión y cariño a éste cuerpo que no reconozco pero que es el mío y que a empujones o como sea, me sigue respondiendo.
Pero creo, que sería increíble que las mujeres supiéramos más de éste tema, que dejara de ser tabú, para que entre todas, pudiéramos entender que es un proceso con altas y bajas en el que hay muchas cosas que tenemos que aprender, una de ellas, a ir con más calma, a ser más pacientes, a entender que el mundo a nuestro alrededor no se derrumba si empezamos a cuidarnos a nosotras mismas, con ese mismo amor con el que hemos cuidado a los demás.
Mi nombre es Carmen Escalante, soy Lic. en Pedagogía y he dado talleres para mujeres víctimas de violencia, talleres de escritura creativa y escritura terapéutica. Todo lo que veo me inspira a escribir y como usuaria de transporte público, muchos de mis textos tienen su principio ahí, en el metro, en el microbús, en las calles, en la vida real.

